Casa Kurt & Mariró

Isla Negra,  antes de ser bautizada como tal, tuvo varios nombres como “Córdova”, por la quebrada que llega al mar y lleva ese nombre,  “Costa azul” por el color de sus aguas, Las Gaviotas, como se les conoce a las aves que suelen habitar en estas zonas costeras en búsqueda de cangrejos y peces pequeños para alimentarse. El cambio de nombre es autoría de Pablo Neruda. El poeta, luego de vivir un tiempo en el balneario, rebautizó el lugar con el apelativo que los pescadores utilizaban para identificar a este rincón del mundo, tomando como referencia el conjunto de rocas de color oscuro que se levanta a metros de la costa. Isla Negra no es una isla propiamente tal, lo sabemos, pero una vez estando aquí se puede sentir como si lo fuera.
En los años 40, Eladio Sobrino, un marinero español que llegó a la zona y decidió quedarse para siempre -como los hombres podemos entender “siempre”-,  mostraba montando a caballo y luego vendía parte de su propiedad a quienes se enamoraban del lugar, solo a ellos. Las palabras las soplaba el viento y llegaban a oídos de otros cazadores de bellezas. Así la primera, segunda y tercera línea, desde el mar hacia el interior, se pobló de intelectuales y artistas, entre ellos pintores, escultores, pintoras, escultoras, poetas y poetizas, músicos y cuentistas, entre otros, dando lugar a una explosión de actividad e intercambio cultural que no se ha vuelto a ver por estos lados.
El museo no fue siempre un museo, antes era una casa. La casa del poeta y diplomático Pablo Neruda y su mujer la pintora Delia del Carril. Neruda llegó de Europa en 1937 en búsqueda de tranquilidad para desarrollar su obra poética, particularmente para finalizar su obra Canto General, un canto a la historia y naturaleza americana. La casa de Pablo y Delia , luego de Pablo y Matilde, era punto de reunión tanto para letrados isleños, como para destacados visitantes de todo el mundo.
Con nostalgia se habla de esa época como si hubiesen sido “los días de oro del balneario”.  Tiempos dorados para la tertulia, para la conversación entre vecinos y amigos, para los dedos que recorrían con letras y colores el papel y para las manos que modelaban arcillas, tallaban maderas y daban distintas formas a los metales. Mención especial corresponde al florecimiento de las bordadoras de Isla Negra, que hoy exponen su gran paño, bordado en los años 50, en la bienal de diseño Venecia 2024. En la “Isla”, como era llamada con cariño por “nativos” y nuevos propietarios, convivían pacíficamente los antiguos con los recién llegados, los residentes con los veraneantes y juntos velaban por la prosperidad de tan precioso y preciado lugar.
En esos años fundacionales, se sumaron Kurt y Mariró, él chileno-alemán y ella argentina-italiana, él arquitecto, ella una hacendada en el país vecino . El historiador Carlos Rozas, conocido como “el navegante” los transformó en personajes de sus crónicas. La artista visual, Anita Lagarrigue, retrató a María Rosa en una acuarela y una escultura. De este modo y, a través de su casa y descendientes, parecen vivir para siempre. La pareja compartió tiempo y espacios con el Premio Nobel y sus contemporáneos,  tejiendo juntos una historia que aún resuena.

La Casa Museo de Pablo Neruda, al igual que la de Kurt y Mariró, es un refugio de sueños y memorias, un registro de vidas pasadas que guarda la esperanza de que quienes la visiten se entusiasmen y encuentren el valor para crear sus propias colecciones, historias y versos. Los invitamos a conocerla.

Alejandra Buchholtz Fontova,
nieta de Kurt y Mariró.

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